Los sirvientes de La Promesa organizan en el patio una modesta celebración para la boda de Pía con Gregorio. El hecho de que se trate de un matrimonio obligado por la voluntad de los marqueses reviste de melancolía la celebración. Alejada de esa melancolía está María Fernández, felicísima al pensar que Salvador le ha entregado un anillo de compromiso con la intención de casarse con ella cuando regrese del frente. Mauro reprocha a Lope que no haya tenido el valor de aclarar esa confusión. Cruz sorprende una flagrante contradicción en el relato de la baronesa sobre su relación con el difunto Juan Ezquerdo. La marquesa se enfurece tanto que pide a Alonso que impugne el testamento de su padre para impedir que doña Elisa herede una sola peseta. Jana regresa por fin a La Promesa, pero lo hace magullada y agotada. Manuel, al enterarse, decide ignorar los riesgos que implican ir a verla.