Cuando mi abuela tenía ocho años, cruzó un bosque montañoso, en una época en que el cielo español zumbaba de aviones militares. Ese día escapó de la servidumbre a la que la exponía su propio padrino, yéndose a su pueblo natal. En algún momento, decidió estudiar costura. Y tiempo después, cruzar el mar sola, hacia Buenos Aires. Una tarde, le pido que me enseñe a coser. Mientras fabricamos un abrigo rojo con capucha, nosotras, dos mujeres separadas por más de sesenta años, discutimos entre cuatro paredes las historias y contradicciones de nuestro género y clase. Afuera, una nueva generación feminista toma las calles.