Durante muchos años, Buenos Aires, Argentina, fue uno de los mejores lugares del mundo para un aficionado al cine; pero desde mediados de los años sesenta sucesivos gobiernos autoritarios moldearon la voluntad de los espectadores, dictando lo que se podía ver y lo que no, de modo que los verdaderos amantes del cine, en su afán por ver películas, no tuvieron más remedio que emprender las más extraordinarias y extrañas aventuras.